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“Todo el universo material es un lenguaje del amor de Dios, de su desmesurado cariño hacia nosotros. El suelo, el agua, las montañas, todo es caricia de Dios” (LS 84).

Este mes empieza con la solemnidad de Todos los Santos y la memoria de nuestros difuntos. De este modo podemos entender que la mirada cristiana de la muerte no es triste, sino esperanzada: Jesucristo es el nuevo árbol de la vida que ofrece el don de la vida nueva, plena y eterna a quien a Él se acerca. La muerte es una realidad incuestionable e ineludible en el mundo de los seres biológicos. Su muerte consiste esencialmente en el fin de su actividad, y en su subsiguiente descomposición material. La actividad del organismo colapsa y éste no puede recuperar el equilibrio funcional que le permitía estar en vida (cfr. F. J. Soler Gil, Al fin y al cabo, 35). Si el fenómeno de la muerte es la realidad de todos los organismos vivos, incluido el ser humano, ¿por qué esforzarse en cambiar las condiciones que generan el cambio climático y destruyen tanta biodiversidad si esta biodiversidad también va a morir? ¿No sería mejor despreocuparse por todo y dejar que se acelere el proceso de destrucción, ya que este va a ser igualmente su final?

También desde el punto de vista cosmológico, y de forma metafórica, se habla de la muerte del sol, de las estrellas y del universo mismo. Habrá señales en el sol, la luna y las estrellas. En la tierra, las naciones estarán confusas y angustiadas por el ruido terrible del mar y de las olas (…) hasta las fuerzas celestiales se tambalearán (Lc 21, 25-26).
Si esto es así, ¿qué sentido tiene preocuparse por salvar nuestra Tierra de una destrucción que, a pesar de todo lo que hagamos, inevitablemente va a llegar? Quizá por esto, es necesario convertirse y sembrar el Reino de Dios entre nosotros.

El Reino de Dios y su Evangelio son las únicas semillas de profunda transformación de nuestro mundo, incluso de esas leyes de la naturaleza que conducen a su propia extinción y desaparición. Con la redención, también la creación ha recuperado su esperanza de salvación. Ahora sufre con dolores de parto, por el nacimiento de una vida nueva que será el cielo nuevo y la tierra nueva: nuevas leyes naturales, todo transfigurado y transformado, sin el dominio de la muerte y sus efectos destructivos. Y este cielo y tierra nuevos, se siembran ahora en este nuestro mundo, con el agua del bautismo y el óleo de la unción, que, junto al pan y al vino eucarístico, son los elementos de este mundo que, por la acción del Espíritu Santo, llevan el germen de esa vida nueva. Esta es la base de nuestra esperanza, la fuerza de nuestra acción para continuar manteniendo nuestro planeta bien vivo y sano, para combatir con las tendencias del cambio climático que aceleran su destrucción, para impedir que ningún ser vivo muera antes de su tiempo.

El tiempo que se nos ha dado en este mundo, hasta que veremos al Hijo del hombre venir en una nube con gran poder y gloria (Lc 21, 27) está al servicio del Reino de Dios. Tiempo para nuestra conversión, para que podamos renovar los ritmos internos a la naturaleza y transformar profundamente las tendencias naturales a la muerte en vías de vida y resurrección.

Hay un sentido profundo para la creación de Dios, que se desvela en la redención de Dios y sustenta el cuidado por la creación: toda la creación espera la glorificación de los Hijos de Dios. Es esta esperanza la que nutre nuestra conversión. Convertidos, esperanzados, pongamos nuestras manos para que se realice esa glorificación. Nada más lejos que abandonarse a la despreocupación: es la conversión que se manifiesta con la acción la que puede preparar al mundo para su glorificación. De la muerte a la gloria, del recuerdo de nuestros difuntos a la gozosa y festiva celebración de todos los santos, los glorificados porDios: cuando empiecen a suceder estas cosas, animaos y levantad la cabeza, porque muy pronto seréis liberados (Lc 21, 28).


Cuatro Preguntas de reflexión:


1. ¿Cómo vivo mi conversión ecológica integral y mi fe: desde la muerte presente en el mundo o desde la esperanza de un mundo nuevo?
2. ¿Siembro el Reino de Dios a mi alrededor, por y gracias a la esperanza?
3. ¿Confío plenamente en Dios y me abandono a la acción de Su Espíritu, el único capaz de transfigurar todo?
4. ¿Ayudo a mis hermanos a descubrir el sentido profundo de todo, gracias a una fe vivida y una caridad traspasada por la esperanza?