Diego resume así lo vivido por los Jóvenes Amor de Dios en el Camino de Santiago 2024
Hola, soy alegría.
Vivo dentro de ti, como cada una de las emociones que forman parte de tu personalidad. ¿Alguna vez te has cuestionado mi presencia? ¿Te has llegado a preguntar qué cosas te hacen realmente feliz? Creo que si has llegado hasta este momento del encuentro, habrá muchos pensamientos rondando tu cabeza que el tiempo irá ordenando poco a poco.
Él es como el compás que dirige nuestra vida. Cuando queremos que pase, se detiene y, al tratar de exprimir los últimos minutos, se acelera, dejando tras de sí un rastro de lágrimas que se funde con el mar de miradas perdidas.
Sin embargo, aún hoy en día parece que el tiempo coloca las cosas en su sitio y, mirémonos en este lugar. Posiblemente tristeza haya decidido coger los mandos, de una mano el botón rojo y, de la otra, la mano de nostalgia, ese profundo sentimiento de alcanzar los momentos que se esfuman tras nosotros, que ya no van a volver a vivirse, al menos como en su momento se vivieron.
Miedo permanece aún durmiendo. Junto con asco, han decidido no actuar, pues el encuentro ya nos ha dado algún que otro momento en el que asumían el poder. El miedo a no continuar, a caerse, el asco del caminar entre barro, de realizar una dinámica que no te gustaba.
Por otra parte, ira se mantuvo a raya. La llama de su cabeza fue reemplazada por la de un abrazo que nunca parece acabar. Infinito, es la única prueba de que el tiempo se detiene cuando la persona a la que rodeas con tus manos es la indicada en el momento indicado.
A veces la ansiedad nos dominaba más de lo que queríamos o podíamos controlar. Era inevitable. ¿Qué vamos a hacer esta tarde? ¿Cuando llegamos? Pero no te asustes, es normal. Antes te dije que el tiempo avanza y nunca para atrás. Es normal ese miedo completamente racional de no vivir el momento al máximo, de no exprimirlo. De volver a casa con las manos vacías y preguntarte, bueno, ¿yo qué he hecho? Podría haber hecho esto… pero ya no puedes, porque estás vacío en tu cama pensando en lo que fue y ya no podrá ser.
En este lugar tan especial para ti quería confesarte algo… a lo mejor al principio dije algo a medias… no soy alegría o, al menos, no como tal. Soy Dios, el Dios en el que crees, el que habita dentro de ti, donde el corazón comienza a latir. Ese Dios que se manifiesta a través de la alegría y del gozo, de un nudo en la garganta que necesita que llores, de personas que acabas de conocer y parece que llevas caminando con ellas toda la vida, de otras que llevas años sin ver y, tras reencontrarte con ellas parece que el tiempo no ha pasado para vuestro vínculo. Soy yo. Y estoy detrás de ti con mi mano sobre tu hombro bendiciéndote por ser quien eres.
El camino te ha cambiado la vida. Ha marcado un antes y un después en los pasos que das. Cuando salgas por la puerta de esta capilla nada volverá a ser como antes. No me quiero alargar mucho, sabes que en cualquier momento puedes hablarme. Si lo necesitas y puedo hacer algo por ti, estaré con los brazos abiertos esperando tu encuentro. Gracias por dejarte descubrir. Gracias por abrirte y darlo todo. Gracias por tender tu mano y gracias por acoger mi llamada. Nos vemos muy pronto. Te llevo en lo más profundo de mis entrañas. Eres una oportunidad única y un regalo que el tiempo ha decidido colocar en este lugar en este momento. Deja que tu familia, que te rodea ahora mismo, descubra todo lo que tienes que ofrecer al mundo. Te quiero. Os quiero.