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Al comienzo del Adviento nos reunimos a celebrar las maravillas de Dios. Son maravillas que no hacen demasiado ruido, “…se oyó un sonido suave y delicado” (1 Re. 19,12) que sorprenden solo a los que tienen ojos sencillos y saben descubrir su presencia: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a sabios e inteligentes, y las revelaste a los que son como niños” (Mt. 11, 25)
La presencia de Dios con nosotros se ha realizado no de cualquier manera, sino a través de una mujer de nuestra raza: María, nuestra Madre, María, la llena de gracia… Estos días celebraremos la decisión tan admirable de Dios y la grandeza del alma de María.
Nuestras vidas, como Familia Amor de Dios, comprometidas en el seguimiento de Cristo, encuentra en María «el modelo de humildad y sencillez, trabajo y alegría… docilidad al Espíritu y fidelidad en el seguimiento de Cristo» (Const. 6), actitudes y elecciones que hizo María a lo largo de su vida, que se basan en su fe, obediencia y plena disposición a cumplir la voluntad de Dios, no solo con sus propios méritos, sino en el don y la gracia de Dios. Estos días nos dejaremos maravillar de estas cualidades de María, en la reflexión y oración de la Novena, para aprender de ella.
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